EL SILENCIO DE UN PADRE...
Brazos fuertes que sostienen a un
bebé recién nacido, una mirada tierna que dice mil palabras, el orgullo de
tenerlo consigo y no soltarlo por temor a perderlo. La sonrisa tenue y
acogedora que lo invita a reconocerlo y ser parte de el por ser su padre, la
promesa de que siempre estará a su lado por ser su hijo y el amor fiel hasta
que ya no le quede aliento, porque lleva su apellido aunque no la misma sangre.
No son ajenas las
situaciones de madres que motivadas por el hecho del no reconocimiento de sus hijos
por sus padres biológicos con quienes han entablado una relación y así el
concebir de un bebé, acuden a una nueva pareja a fin de que lo reconozca como
suyo. Claro está, no siempre esta difícil petición es aceptada, ya que ello
implica no solo darle el apellido sino también brindarle todo lo que por ley y
humanidad le corresponde a un hijo. Y esa responsabilidad no la toman todos los
hombres al conocer a una mujer con un bebé en camino, ya que se necesitan tener
“bien puestos los pantalones”. O tal vez también se necesiten varias noches
pensado con muchas tazas de café y hasta quizás consultarlo con un sacerdote.
El niño no
verá a nadie más como su padre, siempre será aquél que lo sentirá al nacer, el que vivirá con él sus primeros
pasos, sus actuaciones en el colegio, las pichanguitas los domingos, las navidades
y sus fiestas de cumpleaños. Sentirá su enojo y llamadas de atención ante
alguna travesura, porque quiere que sea un niño de bien. Sus tapadas para que
salga un sábado por la noche y su madre no lo vea. Las salidas al estadio y las
cervecitas que se tomarán al celebrar. Llorarán, reirán y se enojarán, porque
eso es lo que hacen los padres y los hijos. Y como dice el dicho: padre no es
quien engendra sino el que cría. Aunque ese niño nunca sepa la verdad porque el
padre cree que será lo mejor. Mientras tanto, él siempre guardará silencio.