sábado, 17 de noviembre de 2012


EL SILENCIO DE UN PADRE...





Brazos fuertes que sostienen a un bebé recién nacido, una mirada tierna que dice mil palabras, el orgullo de tenerlo consigo y no soltarlo por temor a perderlo. La sonrisa tenue y acogedora que lo invita a reconocerlo y ser parte de el por ser su padre, la promesa de que siempre estará a su lado por ser su hijo y el amor fiel hasta que ya no le quede aliento, porque lleva su apellido aunque no la misma sangre.

No son ajenas las situaciones de madres que motivadas por el hecho del no reconocimiento de sus hijos por sus padres biológicos con quienes han entablado una relación y así el concebir de un bebé, acuden a una nueva pareja a fin de que lo reconozca como suyo. Claro está, no siempre esta difícil petición es aceptada, ya que ello implica no solo darle el apellido sino también brindarle todo lo que por ley y humanidad le corresponde a un hijo. Y esa responsabilidad no la toman todos los hombres al conocer a una mujer con un bebé en camino, ya que se necesitan tener “bien puestos los pantalones”. O tal vez también se necesiten varias noches pensado con muchas tazas de café y hasta quizás consultarlo con un sacerdote.

 Generalmente tal disposición voluntaria, espontánea y voluntaria, obedece al amor que un hombre siente por su pareja, ese profundo afecto es lo que lo motiva a reconocer al hijo de ella, aun conociendo que no existe vínculo sanguíneo. Una vez firmado el acto, se convierte en un lazo más fuerte que un grupo sanguíneo, se vuelve la unión de un padre y un hijo que disfrutarán de cada momento que vivan juntos como familia. En los cuales el niño gozará de los beneficios que por ley le corresponden como todo ciudadano. Su apellido lo protegerá con el respaldo que le brinda su padre por si aquél “macho cobarde” decide volver y reclamar lo que cree que es suyo, pero que al rechazarlo perdió todos sus derechos sobre él.

El niño no verá a nadie más como su padre, siempre será aquél que  lo sentirá al nacer, el que vivirá con él sus primeros pasos, sus actuaciones en el colegio, las pichanguitas los domingos, las navidades y sus fiestas de cumpleaños. Sentirá su enojo y llamadas de atención ante alguna travesura, porque quiere que sea un niño de bien. Sus tapadas para que salga un sábado por la noche y su madre no lo vea. Las salidas al estadio y las cervecitas que se tomarán al celebrar. Llorarán, reirán y se enojarán, porque eso es lo que hacen los padres y los hijos. Y como dice el dicho: padre no es quien engendra sino el que cría. Aunque ese niño nunca sepa la verdad porque el padre cree que será lo mejor. Mientras tanto, él siempre guardará silencio.